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sábado, 11 de julio de 2009

Un ciudadano modelo

Esto es lo malo de ir a cazar, hay que levantarse muy temprano, pero que se le va a hacer, el que algo quiere, algo le cuesta.


Salgo de la cama, procurando no despertar a mi mujer, que duerme profundamente.
Al llegar a la cocina lo primero es un café y un cigarrillo mientras me preparo algo de desayuno. La verdad es que, hasta que no me tomo el primer café, no funciono.
Desayuno unas tostadas con mantequilla acompañadas con otro café. Parece que el día va tomando otro color.
Me visto y cargo las escopetas, la munición y la ropa en el coche. Hoy promete ser divertido. Me aposté el vino con Juan, y no pienso pagarlo. Desde siempre he sido mejor cazador que él.

Conduzco con prudencia, no superando en ningún caso los límites de velocidad y tengo cuidado de tirar las colillas en zonas de la carretera donde nada pueda arder. Tampoco es cuestión de provocar un incendio.

Cuando llego al punto acordado, casi han llegado todos. Esto promete. Por supuesto Pedro ya está haciendo circular su vieja bota, heredada de su abuelo según cuenta, y Luís ya está con sus bromas y sus chistes. Debo reconocer que el vinillo de Pedro no está mal, nada mal. Me cambio, me aseguro de tener todo lo necesario y repaso mentalmente el equipo: escopeta, munición, mechero, tabaco... si, creo que lo tengo todo. ¡A ganar la apuesta se ha dicho!

No ha estado nada mal la mañana, aunque al final Juan me ha ganado, ¡la madre que lo parió! Pero en realidad no me molesta, me ha ganado justamente. El muy cabrón venía preparado y, al final, ha ganado el mejor.

Así que, con las piezas cobradas nos vamos al restaurante de siempre, donde nos las cocinaran tal y como a nosotros nos gusta.

Mientras Luís (el gourmet del grupo) charla con el cocinero sobre la mejor manera de hacer la comida, yo me dirijo a la bodega, donde tengo paso franco. Son muchos años viniendo y el dueño, Mariano, es como de la familia. No es que yo sea un sumiller, ni mucho menos, pero me gusta saber de vinos, y suelo ser el que lo escoge, así que me paseo por la bodega tranquilamente, dejando que los aromas de la cocina me envuelvan y tratando de dar con la botella adecuada para la ocasión. Por fin la encuentro. Cojo tres botellas, si, con tres creo que habrá suficiente.

Menuda comilona. Este Luís es un fenómeno dandole instrucciones al cocinero y, modestia aparte, el vino que elegí la acompañaba a la perfección. Con el carajillo se impone un puro. No se puede acabar esta comida con un simple cigarrillo. Por suerte Pedro, previsor como el solo, ha traido unos cohibas importados, según el, directamente de Cuba. Y como siempre, Mariano se hace el remolón cuando Pedro le ofrece el suyo (siempre trae cinco puros, uno para Mariano), pero como siempre, al final le convencemos para que se lo fume. Reconozco que estos cohibas son el cierre ideal de una gran jornada.

Al entrar en casa veo la preocupación en el rostro de mi mujer. Me pongo algo nervioso y le pregunto que pasa. Ella me cuenta que anoche, la vecina, Ana, cuando volvía para su casa, vio al niño en el parque con sus amigos. Ana dice que está segura que estaban fumando porros.

La noticia casi me tumba, pero no me dejo vencer. Suelto las escopetas encima de la mesa, enciendo un cigarrillo y, para darme tiempo, me sirvo un whisky. Mientras lo hago no puedo dejar de pensar "¡Mierda! Mi hijo es drogadicto. ¡Mierda!"

Estoy seguro de que esta noche voy a necesitar las pastillas para dormir.

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